Cuando un autor como Jota Linares, conocido por su trabajo como director y guionista, decide adentrarse en el mundo de la literatura, no pude evitar sentirme intrigada. El último verano antes de todo es su debut literario, y me sentí inmediatamente cautivada por su habilidad para mezclar el misterio con una profunda carga emocional. La novela no es solo un relato de crímenes y secretos enterrados, sino una reflexión sobre el paso del tiempo, la amistad y el dolor, que va mucho más allá de lo que se podría esperar de una trama de este tipo. Desde el principio te adentras en la vida de Ismael, un director de cine que regresa a su pueblo natal, Laguna, para acompañar a su madre enferma. Lo que parece ser una visita rutinaria se convierte rápidamente en una confrontación con un pasado lleno de sombras y secretos. Ismael regresa a su pueblo con la esperanza de sanar, pero lo que encuentra es un cúmulo de recuerdos y emociones que jamás imaginó que seguirían vivos en su mente. El pueblo, casi un personaje más, guarda un misterio de hace dieciocho años: un asesinato que nunca se resolvió, y que, al parecer, ha dejado una huella imborrable en todos los que fueron testigos de lo sucedido. Para Ismael, regresar a Laguna no solo es un viaje al pasado, sino un intento de entender las piezas de su vida que quedaron inconclusas. Me gustó mucho la manera en que Jota Linares maneja la estructura narrativa. La novela transcurre en dos tiempos: el presente de 2018, donde Ismael se enfrenta a su vida adulta, y el verano de 2000, cuando ocurrió el crimen que alteró la vida de todos los involucrados. Este juego de tiempos me mantuvo conectada a la historia, ya que cada capítulo me dejaba con la sensación de estar descubriendo algo nuevo y revelador. Las dos líneas temporales se entrelazan de manera perfecta, permitiéndome conocer, poco a poco, no solo lo que ocurrió en ese fatídico verano, sino cómo esos eventos transformaron a los personajes para siempre. También me sentí atraída por la profundidad emocional de la novela. El autor no se limita a construir una historia de suspense, sino que se adentra en la psicología de los personajes. Ismael es un protagonista complejo, lleno de contradicciones, lo que me hizo empatizar con él desde el principio. No es el héroe perfecto, sino un hombre roto por el pasado, que lucha por encontrar respuestas a las preguntas que lo han atormentado durante años. A medida que avanza la trama, se hace evidente que su búsqueda no solo es por resolver el crimen, sino también por encontrar paz con las decisiones que tomó, con las personas que amó y con el sufrimiento que dejó atrás. Los demás personajes también están muy bien construidos. La relación de Ismael con sus viejos amigos, Natalia, Raúl y Zapata, es fundamental para entender la magnitud del impacto que tuvo el crimen en sus vidas. Aunque al principio parecen ser solo personajes secundarios, pronto me di cuenta de que cada uno de ellos tiene una historia propia, una carga emocional que arrastran, y que, al igual que Ismael, necesitan cerrar ciclos para poder seguir adelante. La dinámica de su pandilla rota es retratada con gran sensibilidad, y vives con ellos esos momentos de amistad, traición, arrepentimiento y redención. Es notable reseñar la manera en la novela aborda temas universales como la culpa, el perdón y la transformación personal, porque no se limita a ser un thriller de misterio, sino una profunda reflexión sobre cómo las decisiones y los eventos del pasado nos marcan de maneras que no siempre podemos prever. La novela es un canto a la amistad, la familia y la reconstrucción personal. Las emociones que el autor logra evocar son intensas, reflexionando sobre lo que significa crecer y sobre cómo los lazos que formamos durante nuestra juventud pueden ser tanto fuente de fuerza como de dolor. Sin duda, es una obra que recomiendo a todos aquellos que disfruten de relatos que no solo busquen resolver un misterio, sino que también busquen profundizar en los aspectos más complejos del alma humana.